Cuando ya todos creían que los disparates que con carácter de ley se les ocurrían a Fidel Castro eran cosa del pasado, su hermano Raúl Castro, dictador  por derecho dinástico, acaba de resucitar la última receta mágica que descubrió el comandante para solucionar por la vía estalinista la crisis alimentaria sin tener que “traicionar’ al socialismo y restablecer la propiedad privada.

La fórmula consiste en sembrar árboles de moringa desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio. O sea, para estar bien alimentado no es necesario liberar las fuerzas productivas, sino sembrar mucha moringa en tierras del Estado. Ello evoca el Cordón de La Habana, la Zafra de los 10 Millones, el Cordón Lechero  y Ubre Blanca, las vacas F-1, el Triángulo de Ceba, y tantísimas otras locuras del caudillo.

Al frente de esta especie de Ministerio de la Moringa, Castro puso nada menos que a su cúmbila, el general histórico Ulises Rosales del Toro,  quien cesa como vicepresidente del gobierno. Lo de la moringa lo lanzó Castro I el 17 de junio de 2012 en una de sus “reflexiones”, pero entre tantos desvaríos seniles nadie le hizo mucho caso, ni siquiera su propio hermano.

Pero ahora, cuando arrecia la escasez de alimentos por la crisis y por los topes de precios, resurge la moringa como Ave Fénix. Ello expresa el nerviosismo de Castro II por el agravamiento de la crisis.

Se trata de una maniobra del régimen. Con la pomposa resurrección de la moringa el régimen pretende hacer creer que en Cuba no hacen falta cambios estructurales, sobre todo en la agricultura,  para que el pueblo se alimente bien. Ello tiene el tufo fidelista de acudir a la táctica “diversionista” de hacer  atractivas promesas  en los peores momentos para atenuar el  descontento popular.

Nadie niega que ingerir bebidas a base de moringa -planta oriunda de la India-  o comer sus hojas, semillas o vainas, puede ser magnífico, pues investigadores españoles aseguran que contienen vitaminas, aminoácidos, antioxidantes y proteínas. Pero presentar la moringa como la Lámpara de Aladino que resolverá el problema de la alimentación estatalmente sin hacer reformas de mercado en la agricultura,  es una burla al pueblo.

Para que los cubanos se alimenten bien hay que  liberar las constreñidas fuerzas productivas de la nación. Solo así dejarán de estar subalimentados. Es imprescindible dar  más espacio y libertades a  los agricultores privados, y sobre todo privatizar las tierras estatales, venderlas a quienes las quieran trabajar. Ello podría financiarse por el gobierno con préstamos a bajo interés concedidos por el Banco Popular de Ahorro, u otro banco estatal.

Según la Oficina Nacional de Estadísticas en Información (ONEI) hay en Cuba un total de 6.2 millones de hectáreas de superficie agrícola, de las cuales el 46% (2.8 millones de hectáreas), son de las empresas estatales. Un 31%, o sea, 1.9 millones de hectáreas, son también estatales, pero entregadas en usufructo a particulares mediante contratos leoninos. Las restantes 1.5 millones de hectáreas, el 23%, corresponden a los campesinos privados, individuales o en cooperativas.

Pues bien, con casi la mitad de las tierras de Cuba el Estado socialista produce solo la décima parte de las cosechas nacionales, mientras que la otra mitad, operada por manos privadas, produce el 90%, es decir, ¡nueve veces más!, porque como se dice en el argot campesino: “El ojo del amo engorda el caballo”.

El colmo es que más de la mitad de las tierras cultivables en manos del Estado no están cultivadas y han sido invadidas por el marabú, lo cual constituye otro crimen del castrismo. Por eso la nación gasta miles de millones de dólares en la importación de alimentos que podrían producirse en la isla,  como ocurría antes de 1959.

El general Rosales del Toro y la moringa no alterarán nada en esta nefasta realidad agrícola cubana. Es más, si no se toman medidas liberales pronto, ni la moringa podrá ser sembrada,  el marabú lo impedirá.