Una de las leyes universales no escritas que rigen la buena salud de toda economía es que los salarios no pueden ser aumentados si no hay un incremento de la tasa de productividad laboral y, consecuentemente, un aumento de la producción y los servicios disponibles para el consumo.

Todo aumento de la masa de dinero en circulación eleva la demanda de bienes y servicios. Si mayores salarios no van de la mano de más producción nacional y más importaciones de alimentos y bienes de consumo, forzosamente sobreviene la inflación, los precios se disparan y en breve tiempo devoran por completo los aumentos de salarios. Se crea un caos económico.

Y eso es lo que va a ocurrir en Cuba con el populista aumento de los salarios anunciado por Díaz-Canel a 1.4 millones de empleados de la burocracia estatal, los órganos locales del Poder Popular, y otros trabajadores del sector no productivo, a un costo de 7,050 millones de pesos.

Según la ley citada, el trabajador en un país normal sabe que si mejora su eficiencia (productividad) puede recibir un mayor salario y por ende consumir más y vivir mejor. La cúpula dictatorial castrista invierte este principio, aumenta los salarios para que los trabajadores produzcan más. Un fatal error populista que genera hiperinflación.

Esta medida sí es populista, aunque el “presidente” se disguste cuando se lo dicen, porque es un engaño. Para consumir más, primero hay que producir más o importar más. De lo contrario los precios se disparan sin que nada lo pueda evitar.

El propio régimen se negaba hasta ahora a subir los salarios con el argumento de que de que no existía una contrapartida en bienes y servicios para asimilar una mayor masa monetaria en circulación, y de pronto, asustado por el creciente malestar de la población con el nuevo “período especial”, sube los salarios fundamentalmente en el sector no productivo, cuando hay menos oferta por la crisis en Venezuela.

En Cuba no ha habido aumento de la productividad y la producción, ni el Estado tiene más ingresos de divisas para la importación de alimentos y bienes Para calmar los ánimos Díaz-Canel jura que no habrá inflación porque se pondrá en vigor un estricto (y policíaco) control de precios, incluso en el sector privado. Es otro engaño. Imponer precios topes causa el efecto contrario: se agravará la escasez de todo y se dispararán los precios en el mercado negro, el que de veras funciona en Cuba.

Y es que, al ver sus ganancias reducidas, al punto de no cubrir ni los costos, por el tope de precios, los productores producen menos, o no producen para presionar a que se eliminen los topes. O esconden lo producido para comerciarlos en el mercado negro, pero mucho más caros, pues le pasan al precio de venta el riesgo que corren de recibir multas, o hasta prisión, además del efecto automático de la oferta y la demanda.

Ello reducirá la oferta de bienes y servicios, agravará la escasez. Causará niveles de hiperinflación con la consecuente caída del poder adquisitivo del dinero. Es decir, se devaluarán el peso común y el convertible. La gente tendrá un poco más de dinero, pero no podrá comprar, porque no lo hay, o porque es demasiado caro.

Economistas oficialistas en la isla pronostican que para el segundo semestre de 2019 el aumento de sueldo va a traer una demanda extra en alimentos 2,550 millones de pesos (CUP), que significará un incremento de 50% en las ventas de alimentos con respecto a igual período de 2018.  Para que el aumento de sueldo no genere inflación Cuba tendría que aumentar en un 50% la producción de alimentos, o importarlos. ¿Con qué divisas?

En resumen, todo esto parece ser una jugada de Raúl Castro y su Junta Militar para ganar tiempo. Tienen la esperanza de que una “negociación” saque a Maduro de Miraflores, pero deje el poder real en manos de militares y civiles chavistas, y que Donald Trump pierda las elecciones en 2020.