Yo frente a mí mismo

Tengo la mala costumbre de pensar, y de rezar. Y el problema es que cuando pienso y cuando rezo, veo cosas que antes no había visto, o las veo de otro modo y, cuando esto sucede, ya no puedo volver a ser como antes, aunque lo intente.

He pensado que, a diferencia de los gatos, Dios concedió a los humanos la eternidad pero una sola vida terrenal, la cual, por mucho que se alargue, es corta. Y he pensado que esa única y corta vida se desarrolla en el presente, y que por mucho que el futuro pueda ser espectacular y luminoso, en esta tierra sólo existe mi hoy.

Mi pueblo, hace muchos años, luchó por devolver a esta tierra la libertad y la democracia, robadas por la dictadura de Fulgencio Batista. Luchó y apoyó sin límites a quienes se alzaron como libertadores necesarios, y ellos, una vez ganada la partida, impusieron a este pueblo una ideología única, un camino, una dirección, un modo de vivir, donde los sueños y las alternativas no eran bienvenidos.

Pero el ser humano necesita soñar, y ellos elaboraron un sueño hermoso, que a pesar de las cadenas y las rejas que se cerraban lenta y progresivamente, convenció a muchos: íbamos a tener una vida mejor, íbamos a ser un país desarrollado y feliz, íbamos a construir un paraíso en la tierra.

Hoy me pongo delante de mi historia, y me doy cuenta de que durante toda mi vida me han hablado de un futuro mejor, de un “ahora sí”, de un mañana hermoso y feliz en el horizonte pero que, como el horizonte, nunca se alcanza.

Y entonces pienso, y me doy cuenta de que nada de esto ha sido verdad, y que bajo la bandera del 26 de Julio no habrá un mañana, no hay un horizonte feliz esperándonos, no seremos nunca una sociedad próspera.

La utopía marxista es solamente eso, una utopía, en lo que el término significa, algo que “no tiene lugar”, algo que no existe, ni existirá.

Y no existe ni existirá porque nada puede existir al precio de cortarle al ser humano sus alas, nada puede construirse al precio de quitarle al ser humano lo que le es intrínseco: la libertad.

Preguntas

Y entonces mi mente se llena de “por qués”, y me pregunto:

  • ¿Por qué tiene que existir en mi tierra una sola ideología, un solo partido, una sola línea de pensamiento y acción, cuando el ser humano es, por naturaleza, diferente y plural?
  • ¿Por qué humillan mi inteligencia invitándome a “elecciones” cuando en realidad son “votaciones”, pues entre lo mismo y lo mismo no hay nada que elegir?
  • ¿Por qué me tratan como un imbécil diciéndome en la cara, una y otra vez, que estamos así por culpa de otro país?
  • ¿Por qué la formación de nuestros hijos tiene que regirse por un único sistema educativo, nos guste o no, sin que los padres tengan opción para decidir el tipo de educación que quieren para sus hijos?
  • ¿Por qué la gente de esta tierra hermosa y naturalmente bendita tiene que emigrar a dónde sea, para poder tener muchas veces no una vida mejor, sino una vida digna?
  • ¿Por qué, si somos firmantes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a esa gente que ejerce su derecho a emigrar, se les llama “gusanos”, tal y como Hitler llamaba a los judíos?
  • ¿Por qué no podemos vivir de nuestros salarios y necesitamos que los gusanos de ayer y mariposas hoy garanticen el dinero que necesitamos para que nuestros hijos coman?
  • ¿Por qué tenemos que mendigar el pan que no nos es permitido ganar honesta y serenamente?
  • ¿Por qué tenemos que abandonar a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros esposos y esposas, para irnos de “misión” a ganar el dinero que no podemos ganar aquí haciendo lo mismo, al precio de perder, muchas veces, a nuestras familias?
  • ¿Por qué Cuba tiene que ser sola y exclusivamente de los enamorados del comunismo?
  • ¿Por qué si alguien nacido y crecido en esta tierra dice que no le gusta este sistema se le ataca, se le excluye y se le dice que “si no te gusta esto te vas”?
  • ¿Por qué, por qué si no me gusta el sistema político tengo que abandonar mi tierra?
  • ¿Por qué a aquel que no le va el sistema comunista le tratan como un ciudadano de segunda los mismos que denunciarían como injusticia magna la exclusión de un comunista en un ambiente distinto?

Yo me pregunto muchas cosas, y tengo la impresión de que también otros se hacen las mismas preguntas, pero en silencio. Y no sólo la gente de a pie, no sólo los obreros y los campesinos. Yo tengo la intuición de que en todos los estratos sociales de este país la gente se pregunta lo mismo, pero tanto los de un estrato como los del otro tenemos algo en común: tenemos miedo, un miedo que se amplifica por el adoctrinamiento sistemático de que no podemos hacer nada.

Indefensión aprendida

Hace muchos años, un tal Martin Seligman hizo un experimento curioso. Encerró a perros en jaulas de metal y les aplicó electricidad. Al inicio, los perros buscaron furiosamente cómo escapar, pero las jaulas estaban herméticamente cerradas, y por más que lucharon, no lograron abrirlas. Así pues, empezaron a intentarlo cada vez menos, hasta terminar acurrucados en una esquina de la jaula, sin reaccionar al dolor de los corrientazos. Seligman entonces abrió las jaulas, y siguió aplicando corriente. La mayoría de los perros no se movió, y siguieron sufriendo en silencio: se habían convencido de que no podían hacer nada, aunque tenían delante de sí la puerta abierta. Seligman había descubierto la indefensión aprendida.

¿Cómo es posible mantener una mentira de progreso y felicidad por más de 60 años sin que este pueblo diga: “¡Basta ya de jugar a que te creo!”? Es posible porque es un pueblo que ha sido meticulosamente adoctrinado para que se convenza de que no puede hacer nada y se aferre al pensamiento mágico de que un día, milagrosamente, nos levantaremos para ver que la pesadilla ha terminado.

Pero he dicho algo antes: no todos los perros cayeron en indefensión. Hubo perros que no dejaron de luchar, hubo perros que, de algún modo, mantuvieron la esperanza, que no dejaron de soñar con una puerta abierta. Y hubo otros perros que, al inicio, se quedaron acurrucados cuando se les abrió la puerta, pero que siguieron a los que vieron libres.

¿Y si lo intentamos?

¿Es posible hacer algo? ¿Está tan desamparado este pueblo?

Nada cambiará mientras estemos dispuestos a vivir en la mentira. Nada será diferente mientras continuemos diciendo lo que no creemos, lo que no pensamos.No habrá un mañana mientras, por proteger a nuestros hijos, los animemos a ser esclavos, advirtiéndoles que no digan nada que pueda “traerles problemas”. Sí, si nuestros hijos callan, si nuestros hijos mienten, no les pasará nada, nada malo…, ni nada bueno. Crecerán en la misma esclavitud en que han crecido sus padres, y aprenderán lo que sus padres han aprendido: a sobrevivir en medio del miedo, el sobresalto y la precariedad, o a escapar de esta cárcel con barrotes de agua a la primera oportunidad.

Imaginemos que un día decidimos dejar de mentir por el simple hecho de que nos da la gana de no jugar más al “hombre nuevo”, y decimos lo que pensamos en las reuniones de los CDR, y levantamos la mano si no estamos de acuerdo con lo planteado, y dejamos de ir a las elecciones que no son elecciones; imaginemos que decidimos no participar más en el teatro de que “aquí todo es maravilloso y perfecto y yo estoy total y absolutamente de acuerdo”, y decimos que no, que no estamos de acuerdo, que no estamos a gusto, que queremos que las cosas aquí, en mi trabajo, en mi barrio, en mi escuela, en mi universidad, en mi país…, sean diferentes; imaginemos que encontramos en nosotros la fuerza para solidarizarnos con aquellos a quienes su conciencia lleva a hacer esto… Entonces, sólo entonces, podrá romper la aurora sobre esta tierra.

¿Qué decíamos de aquel Martin Seligman que se entretenía martirizando perros? ¡Ah sí!, que tal vez si se hubiera encontrado con todos los cubanos que han dicho: “basta ya de maltrato animal”, le habrían cerrado el laboratorio. Porque ese grupo animalista de nuestra tierra ha decidido defender lo que cree. Y han protestado, y le han hecho la guerra a Zoonosis, y se han hecho escuchar. ¿Realmente somos un pueblo indefenso?

Yo soy Cuba, tú eres Cuba

Estamos cansados, todos estamos cansados, no sólo los llamados “cubanos de a pie”. Todos estamos hartos de esperar sin resultados, porque esta lucha por la supervivencia que es Cuba hoy no es vida para nadie. No sólo para el obrero que no tiene familia en el extranjero, no sólo para el campesino que se deja la vida en el surco para luego vender su esfuerzo por muy poco y seguir carente, no sólo para el profesional que se desgasta de sol a sol para ganar lo que apenas cubre la vida de su familia. No sólo ellos. También los funcionarios, los agentes del orden público, los ministros, los de “más arriba”. También ellos tienen que comer, también ellos necesitan vestido, calzado, aseo, medicinas…, para ellos y para los suyos. También ellos necesitan “luchar la vida”, también ellos necesitan rozar y a veces entrar en la ilegalidad para poder sobrevivir. También ellos están rotos por la partida de los suyos al extranjero. Y también ellos tienen miedo, miedo a decir lo que piensan, miedo a “portarse mal”, a ser excluidos, y tienen miedo a este pueblo, que cada vez está más cansado y, en consecuencia, más violento.

Mientras escribo estas líneas, mi Cuba arde. Gracias a Dios da la impresión de que poco a poco son más los que desaprenden la indefensión con la que durante 60 años nos han sometido. Y ahora son los muchachos del Movimiento San Isidro los que han decidido decir: “¡Basta ya!”, un grito que ha trascendido las jaulas electrificadas y ha llegado a los artistas, a los deportistas, a los campesinos, a curas y monjas, a jóvenes y no tan jóvenes, porque el “¡Basta ya!” es hoy el grito del alma de este pueblo.

Definitivamente, yo creo que tengo la mala costumbre de pensar y de rezar, pero a veces sueño con que sean muchos los que piensen y recen, y entiendan que todo tiene un límite, que un día cae una gota que colma el vaso, y que ahora todavía hay tiempo de buscar soluciones pacíficas, todavía podemos buscar cambios entre todos poniendo a Dios por árbitro.


Publicado originalmente en Facebook como Crónicas del Noroeste IV