Estupefactos deben haber quedado quienes leyeron que el presidente designado de Cuba, Miguel Díaz-Canel, se reunió hace unos días en el palacio de gobierno en La Habana con la directiva de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC), que representa nada menos que a 80,200 asociados.

Resulta paradójico que haya tantos economistas y contadores en un país que ignora o aplasta las más elementales leyes universales de la economía, lo cual explica la crisis económica permanente, que ahora con la devastación en Venezuela, su mecenas, se agrava a diario.

¿Les hace caso el régimen a los economistas y contadores que se salen del trillo partidista y proponen soluciones no contempladas en los “Lineamientos del PCC”? ¿Le ha preguntado la ANEC a sus asociados si están realmente satisfechos y motivados con lo que hacen cotidianamente?

Encima, ahora el jefe del gobierno los conmina a fortalecer el sistema de economía centralmente planificada que ellos saben, de oficio, que no funciona.  Díaz-Canel no habló de liberar las fuerzas productivas, sino de todo lo contrario, habrá más socialismo, un modelo socioeconómico desechado mundialmente por inviable, y por criminal, pues causó la muerte de 100 millones de personas, muchas de hambre precisamente por la estatización de la economía.

Cuba suelta los pedazos debido al comunismo, y Díaz-Canel pide a los economistas y contadores oficialistas que sean más estalinistas y contribuyan a  un “mejor desenvolvimiento de la empresa estatal”, a la que “se le han dado facultades que todavía no se explotan en toda su plenitud”.

¿Habló en serio? Se supone que quienes estaban allí delante de él saben que cuando el Estado se convierte en empresario gigante la economía no funciona.  ¿Cabe pensar que la directiva de la ANEC ignora que el mundo moderno lo erigió la propiedad privada y no la estatal?

Si los actuales textos universitarios marxista-leninistas no lo dicen así, de todas formas los graduados de economía luego conocen, por su cuenta y por vocación, las leyes verdaderas de la economía, como oferta y  demanda, libre concurrencia;  que la producción precede al consumo y no al revés (la planificación centralizada previa es una aberración); que la productividad laboral determina el salario;  que todo país necesita que se invierta en la economía al menos el 20% del PIB; que nada  es gratuito, todo tiene un costo y alguien lo paga.

También que el “trabajo abstracto” por sí sólo no crea valor, como decía Marx, sino que el valor lo conforman también la utilidad que tiene lo producido para el consumidor, y la escasez (minas de oro o de diamantes, por ejemplo), o su abundancia.

Hay una frase proverbial y jocosa que constituye la ley sine qua non de toda economía exitosa:  “el ojo del amo engorda el caballo”. Fue eso mismo lo que dijo Aristóteles 2,360 antes de modo menos gráfico: “los bienes cuando son comunes reciben menor cuidado que cuando son propios”. Y también lo afirmó en el siglo XIII –plena Edad Media– el filósofo y clérigo Tomás de Aquino: “el individuo propietario es más responsable y administra mejor”.

¿De verdad cree Díaz-Canel en sus peticiones a los contadores y economistas cubanos?

Sin embargo, muchas centurias después Raúl Castro y Díaz-Canel  insisten en que la economía estatal es superior a la privada. Claro, ellos y sus compinches civiles y militares viven como acaudalados burgueses. Lo demás qué les importa.

Hasta Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina, algo así como el libro sagrado de la izquierda latinoamericana, confesó poco antes de morir que cuando el Estado se hace cargo de la economía nada funciona bien. Y el mismísimo Fidel Castro admitió que el modelo socialista “no funciona”.

En fin, indigna la falta de respeto a los cubanos que subyace en cada una de estas reuniones que con tanta frecuencia  organiza Díaz-Canel por todas partes. Ahora incluso con los economistas a los que nunca ha escuchado ni va a escuchar, sino para echarles en cara que deben ser más estatistas.

¿Le ha preguntado alguien al administrador por qué con menos de la mitad de las tierras del país los campesinos (23% del total) y los usufructuarios particulares que trabajan tierras del Estado  generan el 90% de los productos agropecuarios del país, y las empresas estatales solo el 10% y  tienen casi la mitad de sus áreas agrícolas ociosas e invadidas por el marabú?

¿No tiene eso nada que ver con el “Ojo del amo…” mencionado?

Por Roberto Alvarez Quiñones