El 1 de agosto se pusieron en vigor nuevos controles, impuestos sobre el salario y topes de precios de productos alimenticios.

De manera inaudita, a medida que se agrava la crisis económica en Cuba el gobierno en vez de liberar las fuerzas productivas para que haya más alimentos hace lo contrario: le quita espacio y libertades al sector privado con más prohibiciones y controles.

En La Habana y en otras provincias se impusieron topes a los precios de las cervezas, refrescos, maltas; jugo, néctares y zumos, aguas, precisamente los productos que aportan el grueso de sus ingresos a decenas de miles de cuentapropistas. Según dijo uno de ellos, Víctor Manuel, aseguró: “De esto no vamos a recuperarnos”.  Para la emprendedora Rebeca Monzó el propósito del tope de precios es “acabar con los negocios privados”, porque “tienen más éxito que los negocios estatales”.

 Nadie, salvo que sea un prisionero ideológico de la izquierda dogmática, puede entender por qué La Habana no ha seguido a Pekín y Hanoi con el llamado “socialismo de mercado”. En China y en Vietnam gobiernan las mismas dictaduras de los partidos comunistas de Mao y Ho Chi Minh, pero fueron liberadas las fuerzas productivas, que han sacado de la pobreza a cientos de millones de personas.

En Viet Nam, por ejemplo, antes de la guerra todas las tierras habían sido colectivizadas y estaba prohibida la propiedad privada. La guerra (1955-1975) cobró la vida de tres millones de personas. Al acabarse el conflicto el hambre siguió matando gente porque el sistema de agricultura estatal no producía suficientes alimentos.

En diciembre de 1986, el mismo año en que Gorbachov lanzó su perestroika, en Hanoi los líderes de la vieja guardia estalinista fueron obligados a renunciar, se lanzó el “Doi Moi” (renovación) y se restableció legalmente la propiedad privada.

Se permitió que los vietnamitas creasen capital y levantasen medianas y grandes empresas privadas en todas las ramas económicas, autorizadas a importar y exportar, y a contratar a sus empleados. El país se abrió al capital extranjero. Para que se tenga una idea, Vietnam en 2018 recibió $35,460 millones en inversiones extranjeras, según datos oficiales, incluidas cuantiosas inversiones de los vietnamitas “gusanos” residentes en el extranjero, que aportan su valioso know-how.

Y mucho ojo: se eliminaron los topes de precios; se suprimieron las empresas estatales agrícolas; se entregaron las tierras a quienes las querían trabajar sin regulaciones. Campesinos, cooperativistas y arrendatarios empezaron a producir lo que querían y a vender en el mercado sus cosechas, a importar y exportar, y a obtener créditos de fuentes estatales o privadas, nacionales o extranjeras.

¿Resultado? Se acabó el hambre y Vietnam devino potencia mundial exportadora de arroz y de café, al punto de que superó a Colombia y es hoy el segundo exportador mundial cafetero luego de Brasil. Antes de esas reformas el 80% de los vietnamitas era muy pobre y el 70% padecía hambre. Pero a principios de 2016 solo el 5.7 % de los vietnamitas era muy pobre y el hambre desapareció. Hoy de las 500,000 empresas que hay en Vietnam el 96.7% son privadas y generan el 60% del PIB.

 ¿Por qué Raúl Castro y su Junta Militar no quitan las trabas para el desarrollo de la empresa privada? Porque los militares, dueños ya del grueso de la economía cubana, consideran a los negocios privados independientes como competidores que obstaculizan sus planes de monopolizar toda la economía y avanzar en un modelo de capitalismo militar de Estado al servicio solo de ellos.

Los militares han tolerado al sector privado como un mal necesario porque el Estado es incapaz de crear empleos. Pero lo mantienen prácticamente asfixiado para que no crezca.

Los generales y comandantes históricos, ya muy viejos, quieren dejar bien posicionados en el poder económico a sus hijos, nietos y hasta biznietos. No quieren que un creciente sector privado independiente los desplace, lo cual podría ocurrir si permiten que se desarrolle.

Es esa la verdadera lógica “revolucionaria” del castrismo. Todo lo demás es pura hipocresía marxista-leninista. Efectivamente la continuidad de Díaz-Canel es más de lo mismo.